Como ya dije anteriormente, aquel lugar donde más se ataca a una persona (sobre todo si está siendo procesada) es a la mente. Cuando más cabida se le da a los pensamientos más dependiente nos hacemos de nuestros propios razonamientos y llega un momento en que no podemos ver más allá, nos cegamos, y llega un punto en que queremos tener la razón cuando no la llevamos. Sin embargo, no es precisamente por ahí donde quiero parar. La importancia radica, en que a veces nos podemos dejar llevar por algo que nos ha ocurrido que no nos ha gustado o no nos ha sentado bien y comenzamos a tener pensamientos los cuales agrandan más las situaciones de lo que realmente es algo que se debe quedar en el día en que ocurrió.
Una noche, mientras estaba teniendo un tiempo con el Señor, me preguntó si yo sabía porque mis pensamientos se alargaban, mis imaginaciones podían llegar a alargar las situaciones, como me alejaban de la realidad, y cual era la solución a todo esto. Normalmente, cuando uno discierne que el pensamiento que está teniendo y sabe que no proviene de Dios, hace el esfuerzo por cambiar esa dirección ciento ochenta grados. Sin embargo, no todo queda ahí, debido a que después nos invade otro pensamiento, el cual nos puede resultar familiar: “Los demás no van a hacer ese cambio y verás como ellos si prosperan y siguen bien”. Es cuando más nos podemos comer la cabeza y alargar ese estancamiento en nuestra vida. Y el fruto de todo esto, es que puede ocurrir lo que pensamos y nos podemos hacer daño. No podemos pararnos a pensar que no vamos a conseguir trabajo, aprobar un examen o que vamos a suspender el práctico del coche, porque termina ocurriendo lo que pensamos; dentro de un orden, si no buscas no encuentras trabajo y si no estudias no apruebas el examen. La respuesta a la última cuestión, la encontré en una predicación de mi pastor el día 25/8. En realidad ha compartido muchas veces sobre esto, pero ayer concretamente fue necesario para mi vida, porque era el tema que yo estaba tratando. A la mente jamás podemos darle cabida, porque si lo hacemos, terminamos perdiendo el norte.
Hay que hacer práctica la palabra de Dios cuando dice, por ejemplo, en Proverbios 19:11 que nuestra cordura detendrá nuestro furor y nuestra honra será pasar la ofensa. Si verdaderamente lleváramos dentro ese versículo, no habría ni el diez por ciento de problemas que habría entre los hijos de Dios.
Debemos de tener en cuenta “quienes somos”. Es algo que hace poco me compartió un hermano del grupo de jóvenes; él lo ubicó hacia el plano de la credibilidad y de la fe. Ya que no creíamos en que El más poderoso estaba con nosotros. Yo lo quiero ubicar al plano de la identidad compaginada a nuestros actos. ¿De verdad vivimos como un hijo de Dios? ¿O nos permitimos cosas de las cuales el mundo vé normal?
Por mucho que la mente nos lleve a la conclusión de que hay cosas que las hacemos porque nos es necesario, porque nos irritamos, porque nos agobiamos, todo es totalmente falso. Cómo dice en Gálatas 5:16-24, debemos vivir en el espíritu, y conseguiremos dejar la naturaleza pecaminosa.
Digo, pues: Andad en el Espíritu,
y no satifagáis los deseos de la carne. ((Gálatas 5:16))