Cuenta una historia basada en hechos reales de una chica joven cristiana, de muchos años, que era muy impulsiva y un poco resentida. De vez en cuando tenía discusiones con su hermana, un poco más joven que ella, y terminaba haciéndole daño o bien física o bien emocionalmente. Ella, al pasar al rato, terminaba sintiéndose mal y con remordimiento por esas cosas que hacía. Ella, en su mente, pensaba muchas veces en la siguiente reflexión: "Estos impulsos solo lo pago con mi hermana y con mi familia, pero con gente de la calle no hago lo mismo, soy una cobarde". Esos pensamientos le provocaban un estado de mayor apatía y tristeza. Esto era algo normal hasta que llegó una palabra a su corazón que provenía del Espíritu Santo: "Hija mía, no se trata de que con unas personas te atrevas o no te atrevas a tener la mano tan larga, se trata de que ni con unas ni con otras debes alzar tu mano ni tu lengua para envenenar ni hacer daño".
Era una palabra de enseñanza pero al mismo tiempo de consuelo. Ella era del pensar que las personas violentas y que enfrentaban a todos eran las más felices porque no tenían miedo a nada y defendían sus principios ante quien fuera. Sin embargo, pronto entendió que no era así, a tu prójimo hay que tratarlo con el mayor amor y respeto posible, lo dijo Jesús. Además, la palabra lo dice en el versículo 10 del capítulo 62 del Libro de Salmos, que no confiemos ni en la violencia ni en la rapiña. No puedes pretender imponer tus ideas o proposiciones en base al daño o al miedo; las dictaduras nunca han sentado bien a nadie, y cuando digo nadie no me refiero a la mayoría, me refiero a NADIE. No podemos decir que confiamos en Dios y luego querer conseguir nuestro propio propósito con armas que no son las que Dios nos da.
Bendiciones.
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